Hace una buena temporada, hablaba del escaso reclamo de las titulaciones de agronomía entre los jóvenes españoles. Es un error de dimensiones catastróficas para el futuro ya que el mundo de los alimentos es de los pocos sectores de la economía que aguanta el tipo y ya se está produciendo una dificultad de reemplazo en las explotaciones agrarias y en las propias empresas transformadoras en los próximos años.
Las causas de la falta de interés por estas temáticas son múltiples, por una parte nuestros chavales consideran que estas son titulaciones rancias y que es preferible dedicarse a algo con más chips o incluso en la muy desprestigiada economía.
Por otra parte está el desánimo en el que viven los agricultores y ganaderos, que genera un rechazo entre sus propios hijos, que a su vez transmiten su impresión de primera mano a amigos y compañeros de instituto.
En tercer lugar nos seguimos encontrando con un clasismo no disimulado hacia lo rural, que pagan los jóvenes del sector cada vez que pisan una discoteca.
Hay un importante grupo de culpas achacables a las propias escuelas y universidades, que llenaron el país de centros de formación agraria y estos se abarrotaron de cientos de alumnos hace unos años. Condenando a sus titulados al paro, lo que los obligo a reciclarse en cualquier otro sector. Estos exalumnos defraudados tampoco son nuestros mejores embajadores. Por otra parte, durante aquella época los docentes cogimos (empezando por mi mismo) malos hábitos fruto de a masificación, de los que quizás no supimos desprendernos, aprovechando el bajo número de alumnos que tenemos en la actualidad.
Y con un toque humorístico no falto de fundamento, quizás sea debido a que no hay series en la tele con agricultores o queseros artesanos. Aquí los colegios profesionales deberían esponsorizar un folletín madmaxista, en la que el héroe fuera un agrónomo y la tía maciza una tecnóloga de alimentos (o viceversa); el argumento nos relataría como entre los dos salvaban a los secundarios de una muerte segura por inanición.
Lo que parece claro es que las escuelas, deben modernizarse y mandar un mensaje nuevo a nuestros futuros clientes.
Quizás tengamos que aprovechar experiencias de centros de otros países, posiblemente con menos recursos pero con mucha más imaginación. Incorporar las escuelas a la marea de las redes sociales, ni es tan caro ni tan difícil, es solo cuestión de voluntad.
Quizás tengamos que aprovechar experiencias de centros de otros países, posiblemente con menos recursos pero con mucha más imaginación. Incorporar las escuelas a la marea de las redes sociales, ni es tan caro ni tan difícil, es solo cuestión de voluntad.
Hace un año tuve el placer de asistir a una conferencia del ministro de Agricultura de Brasil, en la que en el medio del escenario, con los puños cerrados y delante de cientos de ganaderos e industriales decía que -Brasil- tenía tierra, agua y jóvenes; vamos, que se iban a comer el mundo.
¡Qué envidia!
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