En estos años de crisis, hemos asistido a una permanente disminución de fondos para el I+D…, salvándose solamente la financiación a proyectos empresariales.
A mayores, hay otros dos factores que es necesario destacar:
El primero es la reglamentación de etiquetado de la UE, que por una parte protege al consumidor, pero por otro, limita el I+D a las grandes multinacionales, el resto es simplemente incapaz de realizar interminables estudios clínicos, sobre la bondad de sus neonutrientes.
La segunda y más grave es la incidencia de las marcas blancas en este sector, cada vez mayor. En esta coyuntura, las empresas se piensan muy mucho iniciar aventuras con riego en el desarrollo y sobre todo en el lanzamiento comercial. La innovación queda restringida a la reformulación de sus productos en una carrera imposible hacia el abaratamiento de costes de cesión, intentando conseguir entrar en precio y poder quedarse con la marca blanca de alguna enseña.
El resultado es un tanto lamentable dado que esta carrera de reducir costes conservando la calidad, está en contradicción con el primer principio de la termodinámica, que en roman paladino se puede formular como “todo lo que entra, sale”.
Así, algunas formulaciones se resienten de forma importante, corriendo el riesgo de perder merecidamente la reputación de magníficos alimentos.
Ante esta situación, me pregunto en qué momento las cadenas de la distribución no empezarán a llegar a los centros de I+D para desarrollar sus propias formulaciones, quedándose la industria con el mero papel de optimizar los costes de producción de formulaciones ajenas.
En el polo contrario nos encontraríamos con aventuras encaminadas a peseguir la mayor calidad y el más alto valor añadido posible. Pero en estos momentos, ¿cuál es la cuota de mercado de estos productos? y ¿a cuantos países nos tendríamos que dirigirnos para rentabilizar las instalaciones necesarias para su producción?.
Pero... pensándolo dos veces, seguro que a alguien se le ocurre una alternativa... .
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